UNA VEZ SCOUT … ¡¡SIEMPRE SCOUT!!
UNA VEZ SCOUT … ¡¡SIEMPRE SCOUT!!
Hace algunos meses que no tomaba el lápiz para contar de ese Viña en el que crecí.
Desde el año pasado, he vuelto a vincularme con el mundo de los scouts. El escultismo fue una parte muy importante de mi vida infantil y juvenil.
Entré a él como a los 9 años ya que en mi colegio era un tema muy valorado y por eso, tenía mucho apoyo. Como primer paso, fui Lobato entre 4° y 6° básico. Mi introducción al mundo de la naturaleza, del trabajo en equipo, del esfuerzo para el bien de todos. Fue una forma de crecer, un paso de ese niño cuyo mundo se agotaba en sí mismo o en su casa, hacia alguien que aprendió a trabajar por algo que trascendía ese entorno chico. Fue también pasar a formar parte de algo mucho mayor, a pertenecer a una entidad que existía a nivel mundial.
El mundo de los 70’s y 80’s no era globalizado. Las noticias, las películas, la música, en general, casi todo sólo estaba disponible a través de los medios formales. Uno se comunicaba por carta, el correo se demoraba días; con el extranjero, uno mandaba correos “aéreos” en unos papeles como tela de cebolla porque las cartas, literalmente, pesaban y uno pagaba en función de eso. El teléfono era caro y local, cualquier lugar fuera de tu ciudad era larga distancia; las llamadas internacionales se programaban con una operadora y se cobraban caro y por minuto. En los viajes, uno mandaba postales (que, a veces, llegaban después de que hubieras vuelto); las fotos se sacaban de a 24 o 36, las que cabían en el rollo, y había qué mandarlas a revelar, lo que podía tomar varios días; no había videos, sólo películas de 8mm o Super8 y esas las mandaban a revelar a Estados Unidos, podían demorar meses en volver y necesitabas una proyectora y un telón para verlas. En fin, el mundo de uno era local … tu ciudad, tu colegio, tu trabajo. Para un niño o joven, lo más “internacional” qué existía era tener una (un) “pen-friend” de otro país (la mitología contaba que había que tener amigas finlandesas, ¡¡¡ eran las más bonitas!!!). si un amigo o compañero de curso se iba a vivir a otra ciudad, era muy probable que no lo volvieras a ver nunca más. En ese mundo local, el sentir que eras miembro de una organización mundial, como los Scouts, era algo importante.
De mis 3 años de Lobato tengo recuerdos mezclados, la mayoría buenos, pero por los años que han pasado y la fascinación de ese mundo nuevo, no puedo asignar campamentos o paseos a algún año específico. Era parte de la seisena Verde, una de las 6 que formaban la Manada. El jefe (Akela) era el Sr. Reyes, el único profe de gimnasia al que nunca vi con “salida de cancha”. Tenía 2 ayudantes, ambos scouts del “colegio grande”. El Nacho Briceño era Baloo y Cristián Frederic era Bagheera; juntos eran, para nosotros, “dinamita”. Eran grandes, simpáticos, adolescentes; eran admirables e imitables. Recuerdo campamentos en la casa de Ventanas y uno en Maitencillo (en que nos dieron unas salchichas tan malas, que me pasé años sin querer probar un hot-dog). Me acuerdo de los campamentos de verano, que eran en carpa y con bañarse en el río (o estero) más cercano. Sobre todo, me acuerdo de la impresión del paseo o campamento de traspaso, cuando los que habían pasado a 7° (y al colegio grande) salían con la manada, pero pasaban a la tropa scout y no volvían con nosotros; quienes habían sido nuestros jefes y subjefes nos dejaban, no solo en el colegio sino también en la manada. Esa reunión en que se hacía la Ceremonia de Traspaso era impresionante … la manada formada dentro del cuadrado de la tropa, rodeados de “grandes”, seres roncos y barbudos, de pantalones largos, con patrullas con nombres de animales y pañoletas tomadas con “cabezas de turco”. Así transcurrieron esos años de juegos y cosas basadas en Mowgli y el Libro de las Tierras Vírgenes de Kipling. Conducidos, paso a paso, por el Mi Senda. Aprendiendo los primeros nudos y el morse. Hasta que, un día, me tocó a mí pasar al colegio grande y dejar atrás la manada para entrar a los “Scouts”.
Era 1975, un año de grandes cambios para mí. Pasar de 6° a 7° representaba una barrera importante, cambiabas del colegio “chico” (en 2 norte con 1 poniente) al colegio “grande”. Un edificio antiguo, que ocupaba una manzana casi completa, con salas que formaban una U alrededor de 2 patios gigantes, con un 2° piso donde había salas de música, el auditorio, un taller de pintura y otro de “técnicas especiales”, un laboratorio de química y física y finalmente, los dormitorios de los curas. Un lugar con casi 500 alumnos distribuidos en 12 cursos. Una cancha de futbolito, un gimnasio (a medio terminar en esa época) y la capilla (que en realidad era una iglesia). A mis 12 años era, además, pasar de ser cabeza de ratón (los más grandes del “chico”) a cola de león (los más chicos del “grande); comparados con “viejos” de 17 o 18 años, éramos nada.
En ese mismo contexto, era el paso de la manada a la tropa. Pasabas de jefe de seisena a ser el último patrullero de los …. Mi traspaso fue en Queronque, un lindo lugar hacia la costa de Limache y mi patrulla fueron los Leones, una patrulla antigua, con mucha historia y grandes jefes del pasado. Una patrulla con un tótem coronado por una ¡¡calavera!! (de plástico y chica, obviamente) que mentaba a un tal Prado.
En el subterráneo, ahí debajo de la escala que llevaba a los laboratorios, estaban los lugares de las patrullas. Un área obscura, siempre polvorienta y donde áreas delimitadas por todo tipo de “cortavistas” precarios (redes de pesca, cordeles entrelazados u otros) guardaban todo tipo de cosas: el cajón de patrulla (habitualmente conteniendo herramientas, enseres para cocinar, cuerdas, fósforos y uno que otro plato roto); la Petromax (o Primus), una lámpara de parafina de funcionamiento complejo, de mantención increíblemente delicada, que alumbraba con mucha potencia cuando uno lograba: que el serpentín estuviera lo suficientemente caliente gracias al soplete, que la presión del estanque fuera lo suficientemente alta si las tapas o válvulas o el sello del pistón funcionaban adecuadamente, que la aguja del inyector no se hubiera roto o tapado, que la camisa no estuviera rota, o que alguna de sus interminables piezas de alta tecnología no se hubiera echado a perder (en cuyo caso había que partir a alguna de las ferreterías de los españoles a conseguir la pieza); la carpa, un mamotreto pesado, de lona de camión, marca “Gillibrand” y que había que limpiar después de cada campamento; estaban también el “tahlí”, libro que (se supone) relataba la historia de la patrulla desde sus orígenes, todo tipo de “memorabilia” de curiosos y variados orígenes y otras cientos de cosas que eran, minuciosamente inspeccionados por la comandancia en los peores momentos.
Reuniones los sábados, algún paseo o raid de patrulla, un campamento de invierno con frío, uno pa’l 18 en Lliu-Lliu y finalmente, un gran evento inédito: a fin de año, un campamento de verano largo y en un lugar llamado Vilches Bajo (de Talca hacia la cordillera). Me voy a detener en este porque está muy marcado en la memoria de todos los que fuimos (y que todavía nos pueden escuchar, lateramente, relatar cuando nos juntamos uno o más de nosotros). Todo partió en tren (cuando todavía existía) en la estación de Viña, viajábamos junto al equipo de Volley del colegio y teníamos un carro de 2ª exclusivo. Después de casi 4 horas llegamos a la estación Mapocho, donde un tren de enlace nos transportó a la estación Central y nos engancharon en un “expreso” rumbo al sur. Lo de expreso era relativo porque paramos en cada estación que había en el camino. Hacía un calor infernal y el agua del carro se acabó como en Rancagua, cada vez que parábamos era una carrera al baño de la estación y a comprar cualquier cosa medianamente líquida (y habitualmente tibia). Finalmente, tarde en la tarde, llegamos a destino. Una frenética maniobra para bajar todas las cosas, subirlas a unos camiones y embarcarnos en buses (micros) hacia la cordillera. Aunque verano, llegamos al lugar casi anocheciendo y empezó toda la faena de buscar el lugar de acampada de la patrulla, el armado de las carpas (tarea que requería mucha técnica, muchas manos y mucho tiempo … ¡¡¡y muchos garabatos!!!).
Al día siguiente, levantada temprano; los ejercicios matinales a cargo de Ray Olfos que siempre eran “intensos”, una mañana entera dedicada a limpiar el lugar, construir cocinas, hoyo de desperdicios, la mesa y los cercos, sin contar con el trabajo para hacer la plaza de colores. En la tarde, bañarse en el río Lircay, en una poza preciosa, pero con una corriente tan fuerte que los jefes pusieron un par de cuerdas para evitar que alguien se fuera río abajo; en la noche la primera de muchas veladas. Así fueron pasando los días entre jugar, cocinar, buscar leña, bañarse en el río, limpieza del lugar e inspecciones, veladas nocturnas y culpas de patrulla. Cómo a mediados del campamento, todos los con promesa salieron a un raid a un lugar que se llamaba el Valle del Venado, a los chicos no nos llevaron, pero estuvimos hasta la hora del loli haciendo huevos duros para los que iban. No puedo contar, sino de oídas, lo que paso en ese paseo, pero, aunque en pleno verano, sé que hasta les nevó por un rato y que estuvieron a punto de congelarse en más de una ocasión. Yo me vine, por razones personales, un par de días antes del final de campamento.
El año siguiente yo suponía que todo iba a ser normal, era muy probable que hiciera mi promesa y ya no iba a ser el más chico de la patrulla. Pero, obviamente las cosas no podían ser tan obvias (perdón por la repetición). Llegó al colegio un profesor nuevo que venía de un colegio en Quilpué. Desde 1974 se estaba trabajando en la correcta fusión de la Federación de Scouts Católicos (FSC) y la Asociación de Scouts de Chile (la fusión fue el 31/12/73 en términos legales, pero había que unificar formas totalmente distintas de hacer las cosas). Este profesor, Leopoldo Delgado, tenía algún lugar de importancia en la Zona Scout y quería mantener esa importancia, para ello le insistió a Talanga qué se debía implementar el sistema de 4 patrullas que exigía la Asociación; como nuestro grupo tenía la estructura de 6 patrullas de la FSC, había que separar el grupo en 2 tropas con 4 patrullas cada una; eso significaba que había que crear 2 patrullas nuevas. Se nos recordó que, en algún momento, el colegio había tenido 3 tropas: La Stella Maris, La Stella Matutina y La Regina Pacis. Entonces, en una decisión que debe haber consumido las mentes creativas de mucha gente durante mucho tiempo, se había acordado que, si el grupo se llamaba Stella Maris, cada una de las tropas se llamaría Stella Matutina y Regina Pacis. La estructura de cada tropa nueva sería con 3 patrullas antiguas y una nueva. Así, se dejó cada tropa con un perro (Zorros y Lobos), un pájaro (Pelicanos y Halcones) y un gato (Pumas y Leones) y todas ellas aportarían patrulleros para formar las 2 nuevas: Panteras, en la Stella Matutina y Castores en la Regina Pacis.
Así ocurrió que, una mañana en el colegio, se me acercaron 2 personajes que yo conocía de otras patrullas, Piraña Ortiz y Pablo Cubillos. Ambos me contaron qué, a pesar de qué Fernando estaba en II° y Pablo en I°, Talanga les había encomendado el formar la nueva patrulla Castores. Lo que ellos me ofrecían era ser el tercer miembro, asumir como primer patrullero de este desafío. Yo estaba tranquilo en mi patrulla, pero pensé: ¡¡Tropa nueva!! ¿Por qué no aventurarse a fondo y tener también Patrulla nueva? Y así partió ese cuento, esa tradición que se llama Castores. No fueron estas las palabras, pero los sentimientos de nosotros 3 fueron muy parecidos. Abandonamos la seguridad de lo sabido y emprendimos un sendero nuevo, fuimos Scouts en el verdadero sentido de la palabra exploradores y en este camino creamos unos lazos que no se pueden romper. Puede que nos veamos poco o nada, pero siempre sabemos que ese hermano elegido que es un amigo, siempre está cerca y cuando por fin nos encontramos, Dios libre al que esté cerca, porque lo vamos a marear contándonos las típicas historias.
Formamos la patrulla sin tener casi nada, una carpa Gillibrand verde, larga, hedionda y pesada. La espumadera que Piraña se robó de su casa. Un cajón inmenso y pesado, que parecía salido de una funeraria, unas pocas ollas gastadas, cubiertos que no hacían juego. Una flamante sierra, un hacha vieja. Hasta con la Petromax había que ser un maestro mecánico para encenderla y la acompañábamos de velas en botellas. Una que otra cosa fruto de los viajes mercantes del papá de Fernando, etc...
Pero teníamos ganas de hacerlo distinto al resto. Si todos tenían un grito de patrulla parecido, ¿por qué no hacer una locura? En vez de lo lógico (algo así como ¡“Castores siempre … trabajadores”!), fue el que todos conocemos. Si había que conseguir plata para equiparnos, ¿por qué vender diarios y botellas como todos? Pusimos un kiosko de dulces, galletas y chocolates … en el campamento.
Y así fuimos avanzando. Primero con Piraña, luego Pablo, yo, el Caco Castro, etc. Los jefes de esta patrulla siempre fuimos creando algo con un sentimiento especial.
Tan especial que al refundirse las tropas (la locura sólo duró un par de años y Talanga ya había conseguido ser dirigente regional) fuimos los Castores la sexta patrulla. Nuestros colegas de las Panteras y los Halcones se transformaron en una especie extinta.
Estuve 4 años en esa patrulla nueva, primer patrullero por un par de años, sub-jefe el 78, jefe de patrulla el 79 y en el año siguiente, pasando a IV° medio la Comandancia.
Fuimos una comandancia gigante, Rodrigo Abarca (Zorros) como Jefe de Tropa, Rodrigo Hevia (Pumas) como Asistente y yo como Intendente. Estaban además los mellizos Mery, el Pato Díaz, Manuel Vicuña; también nos ayudó Alejandro Ortiz. Esa intendencia fue otra experiencia nueva: planificar toda la logística de un campamento, desde el menú y las compras hasta el bus y el camión para llevar las cosas (pasando por descubrir dónde estaba la señora más cercana para que nos hiciera el pan). Recuerdo una batalla campal, en el campamento de verano, contra un lagarto que se colaba en la carpa de intendencia y se comía los huevos.
De ahí, salir del colegio y pasar a la Ruta. Mi ceremonia en octubre del 81. Compatibilizar la carrera de la universidad con seguir yendo a campamento cada vez que podía, todo esto hasta 1988 en que me vine a trabajar a Santiago. Seguir arrancándome de casa y niños para tratar de ir a los campamentos de los decenios del grupo, pero cada vez sólo como “artista invitado”.
Y ahora estoy de vuelta en mi origen. Con la resurrección del grupo emprendida por un grupo de Viejos Lobos que formaron una corporación, fui acercando los lazos y ahora soy director de esa corporación.
Y ha sido como refrescar la mente. Ha sido volver a algo que marcó mi vida.
El mundo scout fue (y sigue siendo) uno de los pilares fundamentales de mi historia. En él aprendí a ser más autónomo, más creativo, más valiente. Aprendí a trabajar en equipo con personas que puede que no sean tus amigos (o que ni siquiera te caen bien) pero con las que trabajas en función de un objetivo común. Aprendí lo complejo y fantástico que es liderar, a encontrar en cada persona su valor y su capacidad de aportar y a valorarlos por lo que hacen, no por lo que yo creo que deberían hacer. Aprendí a que los problemas se enfrentan con valor e, idealmente, con una sonrisa. Aprendí a usar las manos, no solo la cabeza. Aprendí el valor y la maravilla que es la naturaleza. Aprendí a lograr lo máximo con los recursos que tienes, aunque no sean los que quisieras tener. Aprendí a que ayudar es suficiente, no importa si te lo agradecen o retribuyen. Aprendí a aprender y también a enseñar. Aprendí algo que me encanta y que a muchos de mis cercanos les gusta … ¡a cocinar!
Hasta hoy, cuando frente a un problema o necesidad de alguien, encuentro la herramienta o la forma de resolverlo, mis amigos dicen: ¡Pero si Noguera es SCOUT!
En la vida aprendí que uno debe tratar de SER la menor cantidad de cosas posibles; eso te da la libertad de poder HACER todo tipo de cosas diferentes. Si uno hace algo, puede dejar de hacerlo sin mayores problemas. Si uno es algo, dejar de serlo es duro y complejo. Pero nunca voy a dejar de SER SCOUT.
Porque:
UNA VEZ SCOUT … ¡¡SIEMPRE SCOUT!!
PNB 2019
Carola Bremer Vio
Muy lindos tus recuerdos! has tenido una linda vida, siempre scout!