UN LOBO CONFUNDIDO

Una vez, en los bosques de Siberia, vivía una manada de lobos. El jefe de la manada era un lobo poderoso, de gran tamaño y con un pelaje gris grueso e impresionante.

Llegó a ser el jefe porque era un gran cazador. Como los lobos cazan en grupo, corriendo en relevos hasta cansar a la presa, era muy importante que cuando los exploradores detectaban una buena presa, toda la manaba se colocara en posición de ataque y Akela, el lobo jefe, siempre estaba al final para ser él quien diera el mordisco que terminaba la cacería.

Toda la manada reconocía el gran poder de su jefe y él estaba muy orgulloso de sus triunfos. Como era el macho jefe, siempre era él quién definía hacia donde debía moverse la manada y en qué terrenos podían vivir y cazar. Este papel de jefe era muy satisfactorio pero estaba acompañado de la responsabilidad de mantenerse siendo un gran cazador y en la elección de los mejores lugares para lograr el éxito del grupo.

Este jefe tenía unos cuantos hijos de distintas edades; en la primera camada de cachorros que tuvo, uno de ellos tenía un pequeño defecto. Una de sus patas se había doblado al nacer y siempre caminaba y corría con una leve cojera.

Como era uno de los machos de mayores del grupo de hijos de Akela y el lobezno sentía una admiración por su poderoso padre, su sueño siempre fue el llegar a convertirse el un cazador tan importante como él; pero con su pata defectuosa siempre tenía problemas al cazar.

Aunque insistía en ocupar un lugar importante en la línea de caza, al no poder correr como los demás, muchas veces era el causante de que una presa se arrancara o que el resto de los cazadores tuvieran que aumentar sus esfuerzos para poder conseguirla.

Esta situación fue, poco a poco debilitando la confianza que el lobezno sentía de sí mismo y también la imagen que él tenía frente al resto de la manada. No sólo perdía las esperanzas  de suceder a su padre, sino que ni siquiera se sentía digno de buscar una pareja y formar su propia camada de hijos. ¿Qué podría enseñar a un grupo de cachorros si él no era capaz de participar adecuadamente en el objetivo del grupo?

El problema fue creciendo y nuestro joven lobo se fue, cada vez, aislando más de la manada. Llegó a pensar que quizás fuera mejor irse y que la manada no tuviera que seguir cargando con él.

Un día en que paseaba solo por el bosque, sintió un olor muy particular. Se dio cuenta que muchas veces él había sentido esos olores mucho antes que el resto. Silenciosamente fue siguiendo ese aroma y escondido detrás de unos arbustos, vio una gran manada de caribúes que se acercaba cruzando el valle vecino a aquel en que vivía su grupo.

Aunque su instinto y aspiraciones le decían que tratara de lanzarse a tratar de capturar alguna presa y así llegar de vuelta muy orgulloso con su triunfo, su razón le dijo que era mejor que volviera a avisarle al grupo de su descubrimiento  y que dejara que toda la manada se beneficiara con una gran cacería.

Corrió, lo más rápido que pudo, a avisarle a su padre de lo que había encontrado. Akela, rápidamente organizó a los cazadores y emprendieron la partida. Nuestro lobo los acompañó para indicarles el camino pero le dijo al jefe que él prefería ayudar en lo que fuera necesario aunque sin acompañarlos en la caza misma. Siempre se necesitaba fuerza para mantener a la presa inmóvil,  o para vigilar lo ya capturado para que otros no lo robaran, o para acarrear la comida de vuelta al cubíl.

Y así fue cómo ocurrió. Nuestro amigo fue una gran ayuda para localizar la manada y mientras se desarrollaba la caza defendió, valientemente una presa de un puma que quería robarla. Con comida para todo el grupo para muchos días, todos volvieron a casa muy cargados, pero muy contentos.

De a poco, el lobo joven fue mejorando su capacidad de seguir los olores y detectar las presas. Cada vez que salía solo por el bosque, la manada lo veía volver corriendo y siempre con un buen hallazgo de  comida. Aunque no participaba de la cacería misma, era de una gran ayuda en la defensa y el acarreo.

Lentamente fue recuperando su lugar en el grupo. Los otros lobos empezaron a valorar más su aporte en detectar buena caza, sin preocuparse de que no fuera tan buen corredor o cazador. Su padre volvió a estar muy orgulloso de su hijo, el mejor rastreador que la manada había tenido en muchos años.

Nunca en un invierno, el grupo había comido mejor. Buenos animales, gordos y abundantes eran cazados casi todos los días, incluso pudieron dedicar algunos momentos a descansar o mejorar el cubil. Incluso algunos de los hijos y nietos del jefe, iban donde su hermano o tío para pedirle que les enseñara a rastrear las presas tan bien  como él lo hacía.

Con el tiempo, nuestro amigo encontró a su pareja y tuvo sus propios cachorros a los que enseñarle su habilidad. Aunque no fue el jefe de la manada, vivió toda su vida siendo otro lobo respetado por la familia.

Al encontrar sus verdaderas habilidades, el lobo confundido dejó de estar amargado y no sólo fue feliz, sino que hizo felices a todos los que lo querían.

PNB