UNA VIRGEN EN UN BURDEL

Desde chico me criaron con la convicción de que vivíamos en un país distinto al resto de nuestros vecinos.

En Chile se respetaba la palabra dada, lo dicho era más vinculante que cualquier contrato firmado.

Aquí las instituciones eran estables, honestas y funcionaban. El político buscaba el bien público. La policía y los tribunales hacían cumplir la ley. El gobierno cuidaba a los ciudadanos y sus derechos. Los impuestos y las deudas se pagaban “religiosamente”. El soborno y la corrupción eran impensables, violentamente censurados y fuertemente castigados.

En general, éramos como “una virgen en medio de un burdel”. Como El Hocicón de Condorito, éramos “pobres pero honrados”.

Pero, dado todo lo que se ha visto en el último tiempo, parece que está virgen no era ni tan casta, ni tan pura como se pensaba.

En la política, hemos visto como candidatos de todos los tipos y colores no han tenido ningún escrúpulo en hacer una verdadera “romería” por cuanta empresa mediana y grande se encuentra a mano para conseguir unos “pocos pesos” para financiar campañas y planes de gobierno; algunos han montado verdaderas máquinas con agentes recaudadores y boleteos de primos, hijos, yernos, secretarias y hasta choferes. Todo esto sin pensar que las empresas no regalan plata gratis, está en la esencia de un negocio el deber obtener algún rendimiento sobre lo gastado; la caridad y los regalos no se hacen desde las empresas sino desde las personas de sus dueños. Pareciera que cada vez que alguien llega a un puesto con algo de poder, aprovecha esa posición para hacer todo lo posible para trabajar lo menos posible y hacerse todo lo rico que pueda (como ejemplo, nuestros parlamentarios ganan, entre sueldos y asignaciones, más de 20 veces el ingreso promedio de un chileno)

En el mundo empresarial, unos pocos han llegado hasta extremos dudosos para lograr bajar sus impuestos o aumentar las utilidades. No se trata de pagar más de lo necesario o ganar menos de lo posible, la mayoría de los empresarios lo hacen y es lógico. Pero empezar a montar carteles de precios, transacciones falsas, boletas y facturas “ideológicamente falsas” (¡¡yo creía que las ideologías eran una cosa política, no tributaria!!), etc. no era algo que se acostumbrara. Si alguien tenía la circunstancia de estar en una posición monopólica o monopsónica, habitualmente trataba de ser extremadamente transparente para evitar suspicacias o confusiones.

En el ámbito ciudadano, el respeto por la propiedad pública y ajena, por la policía, por el orden y aseo de la ciudad, por las leyes del tránsito, incluso por las otras personas parece que son temas obsoletos. Basta que se junten unos pocos para celebrar un triunfo deportivo o concentración política para que se vean escenas de semáforos y paraderos de micro destruidos, locales comerciales saqueados y policías, periodistas y civiles golpeados. Cualquier fiesta o evento juvenil termina con toneladas de basura regados por toda el área. Las señales del tránsito parecen ser meras referencias para conductores que doblan desde segunda fila, manejan a cualquier velocidad, adelantan indistintamente por derecha e izquierda o chatean inmisericordemente por los teléfonos móviles. Los peatones cruzan las calles por donde quieren o cuando quieren. Los ciclistas, automovilistas y peatones perecen estar en un permante estado de guerra. Una de cada tres personas que suben a una micro no se digna pagar su pasaje.

Nuestras ciudades, tradicionalmente seguras, hoy obligan a tener que rodear las casas de alarmas perimetrales, cercos eléctricos y enrejados gigantes. Cada vez que uno llega a un semáforo o al portón de su casa, debe transformarse en un comando francotirador para evitar ser asaltado por niños que duran detenidos menos que un helado en verano. Vivimos en permanente temor y nuestro sistema legal parece hacer primar los derechos de los detenidos por sobre los de las víctimas; ¿será que ya no tenemos espacio en las cárceles y para el estado es más barato tener a la delincuencia en la calle?

Los compromisos son referenciales; ni los políticos cumplen lo que prometen, ni las personas responden por sus deudas, cada vez más vemos personas quejándose de que alguien faltó a su palabra, compradores y proveedores flexibilizan los plazos de pagos y entregas, hasta al gasfiter hay que pillarlo en buena para que venga el día prometido y no hablemos de las revisiones truchas de servicios técnicos y talleres automotrices.

Con lo que he dicho, pereciera que no tenemos vuelta. Pero mi intención es exactamente la opuesta. Aún no hemos llegado al “punto sin retorno”, todavía hay millones de chilenos que siguen tratando de actuar correctamente. Pero el riesgo de seguir andando por este camino errado, de caer en un círculo vicioso que nos trague en una espiral descendente, aumenta cada vez que hacemos oídos sordos a la verdad, por dura que esta sea. Alguna vez oí que para un mendigo lo difícil es pedir limosna por primera vez, desde ahí las otras son más fáciles.

No he perdido la esperanza de que somos capaces de corregir el rumbo y de que podemos recuperar el orgullo como ciudadanos, sólo así podremos volver a sentirnos orgullosos como país.

Ya nunca volveremos a ser esa virgen, pero no nos convirtamos en otra más del burdel

PNB, Oct 2015