GRINGOS, PAISANOS, TANOS Y OTRAS YERBAS

Viña es una ciudad de inmigrantes. Casi todos tenemos más de una parte de nuestros genes que vienen de lugares más o menos lejanos y nuestros lugares de reunión, actividades, colegios, comercios, etc. así lo reflejan.

            Las fiestas eran en la casa Italia, el club Español y el Árabe, en el Paddock del Sporting o en el Cricket o en el club Alemán de Valparaíso

Nuestro club de fútbol, el Everton.

Nos juntábamos en el Samoiedo, la galería Couve o la Rapallo.

Nuestros colegios, los Padres Franceses, las Monjas Inglesas y Francesas, la Scuola Italiana, la Alianza Francesa, el Mackay y todos los Saint (Margaret’s, Dominic’s, Peter, etc.), la Deutsche Schule, el Árabe y el Hebreo.

Nuestras empresas y comercios llenas de apellidos extranjeros: la casa Hola, las farmacias Ewertz y Cordaro, las galletas Hucke y los dulces Ambrosoli, las pastas Carozzi, Viale y Migliaro en el pan y tantas otras. Además era habitual que detrás de un nombre más chileno, en el mesón te encontrabas acentos españoles, italianos, sirios o muchos otros de todas partes.

Y así podría seguir.

Creo que esta influencia de inmigrantes, que tuvieron el valor de dejar atrás su mundo conocido, bueno o malo pero propio; de atreverse a empezar todo de nuevo, muchas veces cargando con esposas, hijos o padres y que se sacrificaron y trabajaron duro para construir un futuro mejor para sus descendientes, es algo que marcó mucho la forma en que los viñamarinos vivimos.

Para nosotros siempre fue una máxima el hecho de que nuestro valor estaba en nuestras acciones. No teníamos grandes pasados de generaciones de terratenientes y nuestra historia familiar estaba marcada por esa fuerza de los que dejaron todo para partir de cero.

El mundo era algo por construir y que tenía el tamaño de tus sueños, esperanzas y esfuerzo. Todos partían de lo mismo. Un barco en el muelle, una maleta con lo elemental, las pocas cosas en baúles o barriles. Muchas veces juntando los pesos para traerse a la familia.

Y por esto éramos mucho más iguales. No importaba tanto el apellido o la fortuna. En los colegios encontrabas alumnos con más o menos dinero y los valorabas por lo que eran y hacían, el pasado llegaba hasta tres o cuatro generaciones y el recuerdo de los que se quedaron en la patria original.

Aprendíamos el valor del trabajo duro, de la cercanía de la familia, de la importancia de los amigos. Las colonias se mezclaban y como la mayoría de las veces convivíamos en los mismos barrios, no valían las rencillas de razas o países de origen. A lo más, los grupos formaban sus clubes o bomberos donde recordar el sabor de sus comidas o sus idiomas, pero no eran excluyentes. Vivían juntos, luchaban juntos y se apoyaban unos a otros en adaptarse y surgir.

Toda esta paleta de razas, acentos y costumbres fue creando una ciudad nueva, de hábitos nuevos y visiones renovadas que muchas veces sonaban extrañas a los habitantes de las ciudades más tradicionales.

Quizás estos orígenes tan diversos y jóvenes son los que nos hacen querer tanto a nuestro Viña y sus costumbres. Quizás es por eso que los viñamarinos nunca dejamos de serlo aunque llevemos muchos años lejos. Quizás es también la razón de que muchos se hayan querido quedar allá aunque el monstruo de Santiago pudiera darles más dinero o reconocimiento. Quizás es la causa de que, cada vez que podemos nos arrancamos hacia allá, no como veraneantes, sino como hijos que vuelven a su casa.

Porque, en el fondo, todos somos un poco gringos, paisanos, tanos u otras yerbas.

 

PNB 2014