EL SPORTING

Un lugar, que para todos los viñamarinos es fundamental en nuestra historia, es el Valparaíso Sporting Club (o simplemente, el Sporting).

Esa gran mancha verde, que separa la población Vergara con sus Nortes, Orientes y Ponientes del barrio de Miraflores y sus calles con nombre de árboles y su historia de combates en la guerra civil del 91, es mucho más que un hipódromo en el que los domingos se jugaban muchos sus platas en los “burros”.

Él era un centro gravitante de actividades deportivas, cumpleaños y fiestas para muchas generaciones. Su nombre, tan británico, se lo debemos a aquellos inmigrantes ingleses, vinculados al negocio del salitre y la navegación, que siguiendo sus tradiciones, buscaron un lugar en la naciente ciudad para poder practicar y disfrutar de aquellos deportes que les eran más conocidos.

No es de extrañar así, que los lugares y clubes más antiguos sean aquellos directamente vinculados a ellos. El “turf” llamado Deporte de Reyes, conocido para nosotros como Hípica, con sus carreras con los mejores caballos importados y sus jockeys pequeños y livianos, corriendo contra el sentido del reloj, en la misma forma en que se hacía en Inglaterra. El “cricket”, con su cancha ubicada justo al lado de las tribunas para el público de las carreras, con sus interminables partidos y sus elegantes uniformes blancos y que después evolucionó a la práctica del “hockey”, originalmente practicado por las alumnas de los colegios británicos en oposición al “rugby” de los hombres. El “tenis” cuyo club veterano era el Lawn Tennis Club, también junto a los otros dos, era más conocido como Club Inglés y en el que hasta bien entrados los 80, en la mejor tradición de Wimbledon, era obligatorio vestir totalmente de blanco para poder jugar. Todos estos clubes originales mostraban su herencia en la arquitectura de sus recintos, cuyo corazón estaba en el gran bar de barra de larga madera noble y con brillantes adornos de bronce pulido.

Pero el lugar fue evolucionando con el tiempo hasta convertirse en el corazón de las actividades deportivas de toda la ciudad y particularmente de casi todos sus colegios. Salvo por el Mackay en que su residencia reñaquina hacía complejo el traslado de sus alumnos,  el resto no necesitaba tener más que las salas y gimnasios fundamentales, porque a muy poca distancia estaban esos miles de metros cuadrados de pasto en el que cabían innumerables canchas de pasto bien cuidado (a veces) y largas pistas atléticas.

Durante el colegio o la universidad, para casi todos nosotros, era el lugar obligado de entrenamientos y partidos sabatinos de fútbol, rugby o hockey, gastando “toperoles” con los que te resbalabas en el barro de los días de lluvia o se te enterraban en los de calor y persiguiendo una resbalosa pelota de cuero mojada por nuestras nieblas habituales. O de campeonatos de tenis con las pesadísimas raquetas “Maxply” de madera y pelotas blancas. De largas vueltas a los 2.400 metros de la pista de arena para precalentar antes del entrenamiento o del maldito “test de Cooper” en el que dejabas los pulmones para poder correr lo más posible en esos interminables doce minutos en que te jugabas la nota “coeficiente dos” con la cual mejorar el promedio general (o arruinarlo para los más gorditos y mateos).

Pero el Sporting era mucho más que deportes.

Su largo y sinuoso camino era ideal para largos paseos en bicicleta, pedaleando en esas coloridas Oxford de aro 20, frenos de “contra pedal” y manubrios altos, en que podías llevar a alguien sentado en un precario y delgado cojín en la parrilla trasera (o los más valientes parados afirmados de los hombros del ciclista). Eran una revolución comparadas con las viejas Raleigh de sillín de cuero con resortes, frenos de varilla y que pesaban una tonelada y media y eran principalmente negras.

Muchos fines de semana, las canchas del Cricket cambiaban las atractivas jugadoras de falditas cortas por conjuntos de niños sudorosos, cansados, de pantalones irremediablemente manchados con pasto o rodillas peladas por culpas de los pantalones cortos.

Y para los socios, o que tenían algún pituto con un socio, estaba el Paddock en el que sus grandes dimensiones lo convertían en lugar para fiestas de adolescentes y colegios o matrimonios de gran concurrencia. Todavía hoy es uno de los mejores salones para este tipo de acontecimientos.

Ahora, le quitó la exclusividad a Sauzalito y las ramadas dieciocheras y en esa semana cientos de quioscos se llenan de chica baya y terremotos (los que se toman!!), el aire huele a aromas de carbón y choripanes y el cielo se viste de volantines y cometas.

Así, deben ser muy pocos los viñamarinos, de toda clase y posición social o económica, que no hayan conocido y disfrutado ese lugar único, en el que convivían deporte, diversión y juego y que marcaba el plano de la ciudad y muchas de sus costumbres.

Ese lugar, entre 1 Norte y los cerros de Sausalito, entre Los Castaños y la Av. Sporting siempre ha sido, y probablemente seguirá siendo, una parte fundamental de nuestra ciudad y su historia.

PNB 2015