UN EUCALIPTUS EN PELIGRO

Hace muchos años que yo y mi familia estamos viviendo en estos cerros. Mi abuelo fue el que llegó a través del mar a principios de este siglo. Él nació en un país muy lejano, llamado Australia y lo trajeron cuando tenía sólo un par de años, sin embargo se adaptó sin problemas al lugar y tuvo muchos hijos.

            A lo largo del tiempo, hemos sido una familia muy numerosa y hoy poblamos estos cerros y este valle cerca de la ciudad de Quilpué, en el centro de Chile. Compartimos nuestras tierras con muchos habitantes nativos y ellos nos han recibido bien, aunque es verdad que a veces hemos tenido problemas porque nuestra población crece más rápido que la de ellos.

            Pero hemos llegado a estar en armonía y todo el mundo considera que ya formamos parte de la paisaje local y la gente nos quiere. Muchos jóvenes han descansado en nuestro territorio y yo mismo he sido testigo de más de una relación surgida bajo mi sombra.

            Hoy amaneció un día precioso de verano, hace calor pero sopla un viento del mar que nos refresca y ayuda a soportarlo. Nuestros animales están durmiendo para esperar que refresque.

            Sin embargo, de repente empiezo a sentir un extraño olor. Un olor amargo, como a hermanos muertos, como a hijos sin padres.

            Nos quedamos en silencio, tratando de percibir qué pasa, tratando de escuchar, de entender.

            Entonces siento el ruido, un crujido fantasmal acompañado de explosiones y lamentos.

            Miro hacia el este y veo una extraña nube, igual a esas nubecitas que salen de las casas en invierno, pero gigantesca y negra. El olor se hace insoportable y el calor empieza a subir. Ahora se ven unas lenguas rojas en la base de la nube y mis hermanos me dicen que por ahí viven unos primos lejanos. Me asusto. No puedo irme, Solo puedo esperar y rezar.

            La nube está muy cerca, el olor ya es irrespirable y creo que no viviremos para contarlo. Nuestros amigos de las casas están cargando sus cosas en cualquier vehículo que encuentran para arrancar y poner a sus hijos a cubierto.

            Pienso en mis hijos, ¿estarán preparados para lo que viene?, los que ya se instalaron van a morir sin remedio.

            De pronto la nube nos envuelve y las lenguas rojas empiezan a bailar a mis pies. Me hacen daño. Así conozco el fuego. El dolor es terrible. Veo a mis hijos y sobrinos morir quemados. La pena es insoportable.

            Las llamas tratan de subir por mis piernas y llegan hasta mis ramas. El dolor es tan fuerte que creo que no puedo sostenerme en pie. Pero debo aguantar y cuidar a los pequeños que están conmigo.

            Estoy así varias horas, la tortura no para y siento que mis heridas no se van a curar nunca. Creo que ya no puedo más. . .

            Pero. . . Algo frío me golpea las piernas y unas fuertes explosiones se sienten cerca.

Se levanta una gran polvareda y escucho un ruido en el cielo. Hay algo como un matapiojos mecánico con una barriga grande entre sus patines. De pronto cae una extraña lluvia, no empieza de a poco como siempre, sino que caen chorros de agua de golpe.

            Al fin siento un poco de alivio, unos hombres llegan con palas y mangueras y empiezan a pelear con las llamas. Ellas se resisten y tratan de recuperar terreno. Veo que mi hermano está todo mojado y cuando lo miro me doy cuenta de que él sí sobrevivirá, aunque sus heridas sean muy profundas.

            El fuego se retira de mis piernas y los hombres siguen avanzando para darle una guerra sin cuartel.

            Al llegar la tarde, las llamas ya se han ido. Sólo queda la nube negra y el olor. Olor a hermanos e hijos muertos. Me doy cuenta que no voy a resistir, ya no podré ver como mis pequeñas semillas, que esperan su turno en mis ramas, viven y crecen.

            Pero ellas surgirán del fuego como siempre lo han hecho. Mi misión se ha cumplido, al soportar mi martirio le di la oportunidad a los que vienen. Las semillas de mi especie no se queman. El viento las llevará para poblar de nuevo los cerros y la próxima primavera, esta tierra quemada volverá a ser un poblado bosque

Ahora puedo morir en paz.

PNB