RESPETO

Casi todo el mundo espera que uno sea normal de una determinada manera.

Unos me quieren ver como un buen niño católico-apostólico-romano, cumpliendo con las normas y usos sociales, siempre bien vestidito para la ocasión, comiendo poco y sano, con el peso controlado y haciendo algún deporte que corresponda.

Otros aspiran a que yo sea rico, poderoso, ambicioso; preocupado del dinero y tratando de tener siempre el mejor auto, la mejor casa, la mejor pega y el mejor sueldo.

Algunos pretenden que yo sea una persona sociable, adaptada a las normas. Con interacciones frecuentes con amigos y una vida social estándar. Que me busque una polola y tenga una vida afectiva y sexual normal.

Pero yo sólo puedo ser quién soy. Y siendo yo, a muchos no les entro dentro de lo conocido, de lo “normal”, de lo que ellos quieren. No puedo ser lo que otros aspiren a que yo sea sino aquello que, a mi leal saber y entender, debo ser para ser feliz.

Porque la gente necesita que uno cuadre. Que funcione dentro de los parámetros conocidos y debidos. La diversidad, el ser distinto parece que agrede. Necesitan que los que están cerca se adapten a los parámetros que ellos conocen y aceptan, porque sólo así pueden estar tranquilos. No importa cuales sean sus parámetros, cada uno tiene su visión de que es lo que hay que hacer, de cómo se debe ser, pero necesitan que uno interprete el rol que cada uno de ellos piensa que uno debe actuar.

En el juego de la vida, el refugio de la norma parece ser lo que la gente necesita para estar tranquila y quien se aparta de ella genera confusión y la confusión es la madre del temor.

Es más fácil calificar que comprender. Es más simple criticar que aceptar. Es más cómodo pedirle al otro que se adapte que el adaptarse al otro.

Lo diferente es raro, temible, anormal. Y por esto la diferencia se cuestiona y se combate. Quién busca la felicidad en su propia forma, quien no se “parametriza”, es declarado antisocial, excéntrico o inadaptado. Quién busca sus propias respuestas y caminos es un loco.

Puede que para algunos, incluso quizás para muchos, la felicidad esté en enmarcarse en los parámetros de un determinado grupo social. Desde una clase profesional hasta una tribu urbana buscan que sus miembros sean como “se debe”. Es tan raro el ingeniero que quiere explotar su lado artístico como el punk que usa traje y corbata.

Parece que es más importante buscar la felicidad en hacer lo normal que aspirar a que lo normal sea buscar la felicidad.

Dado que somos seres gregarios, que vivimos en una comunidad, yo pienso que es necesario que se respeten las normas básicas de convivencia; mientras el camino buscado no sea el de matar o robar o mentir. Mientras seamos justos y prudentes, generosos y bondadosos. Respetuosos de la vida propia y la ajena, de las leyes de la sociedad en que vivimos, estaremos actuando bien.

Dejemos que cada uno sea todo lo que quién nos creó quiso que fuéramos. Dejemos que cada uno busque la felicidad a su manera. Respetemos la diferencia, el camino personal, las propias ideas y formas. Atrevámonos a pensar y cuestionar. Busquemos la libertad propia y aceptemos la ajena.

Cada uno de nosotros es un ser único e irrepetible. Cada uno tiene derecho a ser quién es. Cuando lleguemos al momento en que tengamos que rendir cuenta por nuestros actos, las máscaras y las formas adoptadas no serán lo que valga. Serán más importantes las acciones que las adaptaciones.

Un documento muy conocido dice que todo ser tiene derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Los mandamientos cristianos hablan de respeto: por los padres, por la vida, por los bienes ajenos; no por las formas.

Tratemos de ser más reales y respetemos la realidad ajena; quizás así podremos ser todos un poco más felices.

PNB 2013