PESCANDO JURELES

Un fenómeno curioso que se produjo en Viña en la década de los 70’s fue la pesca masiva de jureles en el, hoy tan maltratado, Muelle Vergara.

Parece que fruto de la ruptura del “emisario” del desagüe por culpa del terremoto de 1971, las aguas servidas del plan de la ciudad fueron a parar muy cerca de la costa. De hecho hasta hace poco tiempo, las playas de Viña estaban dentro de las más contaminadas de Chile. Tan así era que, para los que vivíamos allá, esa playa que está al final de la Avenida Perú y que se llama Acapulco, era universalmente conocida como “Cacapulco”.

Toda esta contaminación trajo un resultado inesperado. La presencia de aguas “ricas en nutrientes” produjo una inmensa llegada de sardinas y otras especies de peces pequeños. Como la naturaleza es sabia en adaptarse a las oportunidades, detrás de las presas llegaron los depredadores. El pez más común era el Jurel, el mismo que todos conocíamos por esas latas de etiqueta amarilla con una franja roja arriba, la imagen de un elegante pescado azulado y el grandioso título de “Jurel tipo Salmón”. Quienes alguna vez tuvimos la experiencia de tener que comer un tarro de esos (en mi caso era presencia constante del menú de los campamentos Scout) pudimos descubrir que de salmón no tenía nada. Unos filetes de carne blanca con bordes negros y pequeños huesitos con forma de vértebras, hacían que más que el noble pez de carne rojiza lo que encontrabas era una especie de Sardina subdesarrollada sin el sabor del aceite de oliva de toda buena sardina española, sino con una simple agua salada de fondo. No digo que fuera malo, de hecho con hambre, era harto rico; pero no hablemos de “sobrepromesas”, el resultado no tenía mucho que ver con lo que esperabas al comprarlo. ¡¡Igual eran proteínas baratas!!

Pero volviendo al tema, esa superabundancia de jureles, voraces por cualquier cosa que comer, hacía que hordas de viñamarinos nos congregáramos, a cualquier hora del día, a tirar un anzuelo por los bordes, los hoyos o cualquier parte suficientemente ancha del histórico muelle, para sacar cantidades inmensas de gordos pescados. Bastaba con tener un tarro de Nescafé con un pedazo de palo de escoba clavado en una punta (los más sofisticados usaban una catalina), unos cuantos metros de nylon del 0,6 y un anzuelo no muy carreteado, para llevarte a tu casa más jureles que lo que eras capaz de comerte. Una vez, después de unas pocas horas en un buen punto del muelle, llegué a mi casa con una cuelga de más de quince pescados los que, obviamente, conservaban sus cabezas, colas, escamas y tripas, ¡en la casa me querían matar!

Son muchas las anécdotas que recuerdo de esos tiempos. Una tarde en que habíamos varios pescadores, a un genio se le ocurrió lanzar su anzuelo por una de las ranuras entre las tablas casi en medio del muelle; esto no habría tenido nada de raro si no hubiera pasado que en vez de un jurel, enganchó un lenguado gigantesco. Era uno de los más grandes que he visto, claramente no sólo era imposible que pasara por entre las tablas sino que con el peso de la presa el nylon no tenía ninguna posibilidad de resistir una trepada de diez o quince metros. La ambición era más fuerte y él se negaba totalmente a aceptar la realidad y cortar la línea; al final, en una tarea en que terminamos casi todos involucrados, logramos ir avanzando con todo tipo de aparejos e invenciones hasta que pudimos llevar ese pescado inmenso hasta la orilla de la playa. Nuestro colega pescador corrió entonces todo lo largo del muelle, bajó, se sacó zapatos y pantalones y se metió en calzoncillos a ese mar heladísimo hasta lograr capturar su línea y obtener su tan ansiada presa. Entre gritos y aplausos, silbidos y tallas levantó el animal y todos celebramos con él. A nadie se le ocurrió pensar en pedirle nada por todo lo que habíamos trabajado, éramos un grupo de aficionados a la pesca y todos nos alegrábamos en saber que si algún día lo necesitáramos, nuevamente el problema de uno sería el desafío de todos.

Una cosa que hoy parece increíble es que la carnada habitual para seducir a esos hambrientos jureles, ¡eran trozos de Loco! Sí los mismos Locos que hoy se consiguen a precio de oro en los mercados o restoranes, esos que te ofrecen en susurros fuera de la temporada, eran lo que usábamos para capturar un pescado que es ahora el pariente pobre de merluzas australes y reinetas.

No recuerdo claramente cuando se terminó esa locura “Jurelística”, debe haber sido que finalmente arreglaron el colector del desagüe o que el Muelle Vergara se transformó en atracción turística lleno de pubs y cafeterías, elegantemente pintado de blanco y con sus pisos y luminarias arreglados y brillantes. O quizás, una vez pasada la novedad el tema de esta pesca milagrosa se fue enfriando y sólo quedaron en las orillas de la playa los valientes habituales que madrugan entre la niebla de la vaguada costera y en el reventar salado de las olas, para lanzar sus “chispas” desde la punta de sus larguísimas cañas de orilla.

Pero, para los que tuvimos la experiencia de conocer la locura de los Jureles del Muelle, esos fueron unos meses inolvidables en que jóvenes y viejos, ricos y pobres, expertos y aficionados fuimos un poquito menos urbanos y un poco más cercanos a esos Changos que pescaban en la bahía de Valparaíso en sus canoas de pieles de lobo.

PNB 2014