El Roble Triste y las Hadas

Hace algunos años, un grupo de hadas estaban jugando en el bosque. El hada del Notro, la de la Murta, del Amancay y la del Copihue jugaban con una pequeña semilla de ulmo, lanzándosela de una a otra y capturándola en pleno vuelo mientras caía como un helicóptero natural. Tan entretenidas estaban que no se dieron cuenta que se habían alejado del bosque y el juego las había llevado sobre una puntilla que había en la ribera sur del lago Puyehue. De repente, un Tiuque hambriento se lanzó sobre ellas y todas volaron a refugiarse de vuelta al bosque.

En el tumulto que se armó con la huida, no se dieron cuenta que habían soltado la semillita muy lejos del bosque en que debía haber crecido. Ella giro y giró hasta caer cerca de un grupo de Ñirres.

A pesar de que no era el lugar habitual, la fértil pradera, la sombra de los árboles y las hojas caídas le proporcionaron una abrigada cuna en la que arraigó y empezó a echar raíces. Bebiendo de las aguas subterráneas, fue creciendo y creciendo hasta alcanzar y superar a sus más bajos y raleados vecinos. Afortunadamente sus hojas grandes y duras no eran atractivas para los animales de la pampa y pudo desarrollarse sin peligros.

Luego de algunos años, era el árbol más alto de la zona y a medida que se iba transformando de un joven hualle hasta ser un inmenso pellín de roja madera, era un gigante que impresionaba a todos los que pasaban por ahí.

Sin embargo, el roble estaba triste. Había crecido muy lejos de los de su especie y a pesar de que sus vecinos eran amables, se sentía muy sólo. Sabía que era un árbol bello, pero se sentía como un adorno inútil que nunca podría reproducirse porque las abejas que pasaban se entretenían con los ulmos y nunca visitaban sus pequeñas y descoloridas flores.

A una pareja de Monitos de Monte que vivían cerca y a quienes les encantaba descansar a la sombra de nuestro Gran Roble y especialmente disfrutar del espectáculo de su tronco grueso y alto, les asombraba que, con toda su belleza, el árbol pareciera mustio y triste. Monty y Mari, que así se llamaban nuestros Monitos, decidieron un día preguntarle al Roble qué le pasaba.

Treparon por su tronco rugoso y le dijeron:

-          Señor Roble, usted es un árbol muy lindo, tal vez el más lindo de los que crecen en esta pampa. A nosotros y a muchos otros de los que vivimos aquí nos encanta venir a visitarlo y a disfrutar de su sombra. Sin embargo, usted siempre esta tan callado; no nos habla como sus vecinos los Ñirres y Notros, no nos pregunta cómo estamos ni nos deja conversar con usted. ¿Le pasa algo malo o es sólo que no le importamos?

El Roble seguía muy callado, pero Monty y Mari decidieron esperar sentados en sus ramas hasta que él quisiera contestarles. Se quedaron muy callados y poco a poco empezaron a sentir un sonido suave y triste, como unos ahogados sollozos. Decidieron quedarse un poco más hasta que el árbol se sintiera más confiado.

De a poco, el Roble fue calmándose y con una voz profunda y apagada, les contó su historia:

-          Queridos amigos, perdónenme por haber sido tan descortés por tanto tiempo, pero no estoy acostumbrado a conversar con nadie. Desde que era una semilla, me he criado sólo. Desde que las hadas, jugando con mi semilla me dejaron aquí, nunca he conocido a los otros árboles de mi especie. Este lugar es muy bonito, pero está lejos del bosque en el que debería haber nacido. Acá nunca vienen las abejas a tomar mi polen y aunque viva muchos años, ya he perdido la esperanza de tener semillas fértiles y ver crecer pequeños retoños a mí alrededor. Me voy a convertir en un viejo solitario y eso me pone muy triste.

Los Marsupios quedaron muy apenados con la historia que les contaba y decidieron hacer algo para aliviar la pena de su nuevo amigo. Sin decirle nada, para no crearle esperanzas que podrían no cumplirse, corrieron hasta su casa para planear una estrategia de ayuda. Buscaron a su amigo el Zorro Culpeo y montados en su lomo, partieron raudos hacia el bosque húmedo a buscar ayuda.

Con un poco de miedo ante lo sombrío del paisaje, anduvieron mucho rato para encontrar a alguien. En una enredadera con unas preciosas flores rojas, blancas y rosadas, encontraron un hada que dormía tranquilamente. Con mucho tacto se acercaron y la despertaron suavemente. El hada se estiró, desplegó sus alas y los miró con sus bellos ojos. Monty le pegó un suave codazo a Mari, que había quedado deslumbrada por la belleza de la roja hada, y la miró como diciéndole que hablara. Mari le dijo:

-          Hermosa Hada, somos Mari y Monty, vivimos en la pampa de Ñilque y venimos a buscar ayuda para un amigo nuestro que tiene un gran problema.

El hada los miró con su hermosa mirada y con una voz muy suave se presentó:

-          Queridos Monitos, mi nombre es Kopi y vivo aquí cuidando de mis bellos copihues. Yo y mis hermanas siempre cuidamos de las plantas, arboles y animales del bosque. Si alguien está en problemas nos encantaría ayudar, pero ¿Qué podríamos hacer por alguien de la llanura?

Monty, con más esperanzas, le contó la historia de su amigo apenado:

-          Allá en la pampa donde vivimos, hay un árbol que no es de ahí. Es un Roble que debió haber crecido en este bosque y sin embargo creció allá. Como es el único de su especie, él está muy sólo y muy triste porque piensa que está tan aislado que nunca podrá reproducirse y conocer a sus hijos.

Al escuchar la historia, Kopi se acordó de esa vez en que jugando habían dejado caer una semilla muy lejos de sus padres. Nunca pensó que la semilla hubiera crecido y con un poco de vergüenza se dio cuenta que ella era, en parte, culpable de esa triste historia. Batiendo sus alas, se elevó y les dijo a los marsupios:

-          ¡Síganme!, iremos a ver a mi hermana Roli, el hada de los robles, para ver si podemos resolver este grave caso.

Ella volando y ellos corriendo, llegaron hasta un grupo de árboles que eran iguales a su apenado amigo. Volando afanosamente entre ellos, vieron a otra hada, esta vestida de blanco. Kopi voló hasta ella y avergonzada le contó la historia del Roble solitario. Roli la miró muy seria y se sentó en una rama para pensar en cómo resolver el enredo que habían armado sus hermanas.

Miró a Monty y Mari y les dijo:

-          Muchas gracias por su ayuda. Corran de vuelta a la pampa y díganle a su amigo que muy luego voy a ir a su rescate.

Los pequeños roedores regresaron donde el Gran Roble triste y le contaron lo que había pasado. Él se puso muy contento y todos esperaron ansiosos la llegada de las hadas.

A los pocos días, Roli llegó cargada de unos extraños bolsos. Con mucho amor miró a su árbol perdido hacía tanto tiempo y le dijo:

-          Querido amigo que perdí hace tantos años. Nunca había sabido que estabas aquí tan sólo o te habría venido a ver mucho antes. Mari y Monty me contaron tu problema y apenas pude junté algunas cosas que podrán ayudarte.

Bajó al suelo y abrió sus bolsos. Sacó de ellos algunas pequeñas semillas de que parecían helicópteros en miniatura y unos extraños frascos llenos de líquido verde y blanco. Hizo varios hoyos cerca del árbol y delicadamente dejo que las semillas revolotearan hasta el suelo. Con mucho cuidado, regó cada una de ellas con el contenido de los frascos e invocando su magia del bosque, las tapó con la tierra que traía en otro saco.

Volvió a las ramas de su hijo perdido y le contó:

-          Te he traído un grupo de pequeños robles que te harán compañía. Le pedí al espíritu del bosque que me ayudara para que crezcan mucho más rápido que lo normal así que pronto dejarás de estar sólo. Además, en mi camino paré en un panal de abejas que está cerca de aquí y ellas estuvieron muy contentas de venir a visitarte cuando florezcas. Me comprometo a venir a verte muy seguido y a contarte todas las cosas que pasan allá en el bosque.

Los pequeños hualles crecieron muy rápido y con el cuidado del hada Roli y la protección de su gran hermano mayor, pronto hubo un grupo de árboles fuerte y sanos que todos los veranos se vestían de pequeñas flores y atraían a miles de abejas polinizadoras. Los monitos Mari y Monty los visitaban muy seguido y traían a sus hijos a jugar en sus ramas y a conversar con sus amigos árboles. Y muchas tardes Roli se juntaba con nuestro querido pellín, que ahora era feliz y con los pequeños Marsupios y se sentaban a ver jugar a los jóvenes y a disfrutar del bello atardecer en las aguas del Puyehue.

PNB