De Esqueletos y Fantasmas

¿Cómo traspasar a nuestros hijos la experiencia de lo vivido, pero sin transferirles nuestros miedos y temores?

A lo largo de la vida, las  cosas ocurridas, los temores adquiridos, los errores y aciertos, las confianzas ganadas y perdidas y todo lo que nos va pasando se van transformando en eso que llamamos experiencia.

Esas experiencias son lo que nos permite aprender y son las bases de las herramientas que adquirimos para ir construyendo el futuro.

Pero también, esas vivencias nos van dejando una carga negativa de temores, traumas, frustraciones, ilusiones fracasadas y ambiciones no cumplidas. Esos  fantasmas y esqueletos que van quedando guardadas en algún closet en nuestra cabeza y nuestra alma. Ellas también condicionan nuestro actuar, son anclas que no permiten navegar libremente y lastres que aplanan nuestro vuelo.

Cuando nos convertimos en padres, siempre debiéramos querer que nuestros hijos sean los más felices y realizados de todos los niños del mundo. Queremos que triunfen, que gocen, que vivan. Y no queremos que sufran ni se caigan. Pero debemos comprender que, aunque los éxitos enseñan y gratifican, los errores y sufrimientos también son indispensables en ese aprendizaje. Nuestro hijos son seres individuales (como dice mi padre: seres únicos e irrepetibles) y en esa condición está inherente la necesidad de lograr su propio aprendizaje, de vivir sus propias experiencias y de tener sus propios sufrimientos y errores.

Sin embargo, es difícil no tratar de traspasarles algo de nuestro conocimiento. De hecho, es nuestra responsabilidad tratar de guiarlos y enseñarles. Es fundamental que el conocimiento de vida se pase de una generación a otra para lograr que cada nuevo grupo pueda partir un poco más sabio que el anterior. Así hemos evolucionado como especie.

El gran problema, siempre presente, es cuando le entregamos a ellos no solo lo constructivo de nuestra historia sino también les inculcamos lo negativo. No me refiero a enseñarles el sano temor a las verdaderas amenazas, eso es bueno. El problema es cuando les heredamos nuestros esqueletos y fantasmas.

Tantas veces veo niños a quienes se les ha puesto la responsabilidad de cumplir con aquello que los padres no pudieron hacer, la obligación de estudiar lo que los padres quisieron y no pudieron estudiar, la ambición de lograr las metas que los padres no pudieron lograr.

Tanto o más grave que esto es cuando ponemos en ellos, no nuestras esperanzas y expectativas egoístas, sino nuestros temores, traumas, trancas o angustias. Cuando repetimos los comportamientos enfermizos que nos dañaron. Cuando nuestras obsesiones y manías se traspasan como sus obligaciones. Cuando nuestras enfermedades, físicas y mentales, son la regla de su forma de vivir la vida.

No pretendo decir que no debemos educarlos, no se trata de no hacer nada ni enseñar nada; todo lo contrario, ellos son una responsabilidad que nunca se termina, así lo asumimos el día en que nacieron y sólo la dejaremos el día en que nos muramos (si es que entonces). Es indispensable que los atendamos, que los queramos sin medida, que los cuidemos, abriguemos, abracemos y consolemos cuando lo necesiten, que siempre sepan que estaremos ahí, disponibles, mientras vivamos, que les entreguemos las mejores herramientas para que vivan su vida; pero resalto eso, que vivan SU vida, no la nuestra.

Gibrán decía algo muy real, nuestros hijos son como una flecha que nosotros, los arqueros, lanzamos; debemos hacer nuestro mejor esfuerzo para que la flecha esté lo mejor construida posible y hacerla con los mejores materiales a nuestra disposición, debemos tratar de apuntar bien y lanzar con la fuerza necesaria para que lleguen al blanco; pero una vez que salieron del arco, el vuelo es de ellos, ellos deben afrontar las corrientes y el viento que les toquen, ellos son los que alcanzan el blanco, no nosotros. Ya fuimos la flecha que lanzaron nuestros padres, ahora la flecha son ellos.

Esos niños son prestados, no nos pertenecen. Ayudémoslos con sus dolores y gocemos con sus alegrías, no los hagamos sufrir o gozar con los nuestros.

 

PNB, oct 2015