Un Águila Soberbia
En las cumbres de los montes de Alaska, vivía un águila que siempre se vanagloriaba de ser la que más alto volaba y la que mejor cazaba. Era muy pedante al compararse con otras águilas y halcones e insoportablemente prepotente cuando se refería a las otras aves que habitaban en los bosques cercanos.
Aunque tenía razones para ser orgullosa, ya que era una espléndida Águila Calva de negro plumaje y cabeza blanca, con grandes garras afiladas e inmensas alas, esto sólo era lo que la naturaleza le había dado. No era mejor que el pequeño picaflor multicolor que revoloteaba entre las flores o que la noble lechuza que cazaba silenciosamente en la noche. Que fuera bella, poderosa y ennoblecida en tantos escudos, no era mérito suyo si no de sus genes, no eran sus logros sino sólo el destino o la naturaleza la que la había hecho así.
Sin embargo, nuestra ave era ciega a esa verdad.
Cuando se elevaba por el cielo aprovechando las corrientes y con su aguda vista era capaz de distinguir su presa desde muy alto, ella sentía que era la mejor y más majestuosa de las aves y que sólo por esto todos debían admirarla y obedecerla.
Un día cuando volaba a mucha altura, vio un suculento conejo que parecía dar vueltas alrededor de un flaco árbol sin hojas. Sin perder el tiempo, plegó sus alas y se abalanzó rauda sobre la presa. Fue tanta la fuerza con que enterró sus garras, que estas se quedaron trabadas entre los frágiles huesos del conejito. Decidió que se lo llevaría a su nido y al comérselo podría soltarse.
Sin embargo, cuando trato de emprender el vuelo, se dio cuenta que algo andaba mal. El conejo tenía una de sus patas amarrada a un extraño cordel que lo afirmaba a una estaca enterrada en la tierra. Tironeó, picoteó y aleteó infructuosamente hasta quedar agotada, sin poder soltar la presa ni llevársela con ella.
Un ratón que pasaba corriendo por ahí, se detuvo a una prudente distancia del pico afilado del ave y al ver que ella estaba completamente atrapada, se atrevió a hablarle. Con su aguda voz le preguntó qué era lo que ocurría. El águila era tan soberbia que miró a esta pequeña e insignificante criatura y ni siquiera se dignó a contestarle. El ratón, molesto por la actitud de desprecio, decidió seguir con su tarea de buscar alimentos y alejarse de la desconsiderada cazadora.
El águila lo miró irse con desprecio y apenas recobró un poco sus fuerzas, continuó con sus esfuerzos inútiles para liberarse. Pero todo era en vano, sus garras estaban totalmente clavadas en el conejo y este estaba firmemente amarrado al palo.
Estuvo todo el día y la noche cautiva en la trampa; aunque podía comer de la carne de su presa, la sed y el cansancio empezaron a debilitarla. Ya no era el ave orgullosa que viajaba por los cielos y la depresión de verse prisionera iba poco a poco desesperándola.
A la mañana siguiente, el ratón volvió a pasar cerca de ella. Se detuvo a mirarla con desprecio y cuando iba a seguir su camino, la ya no tan prepotente cazadora, lo llamó para pedirle ayuda. El águila le dijo que si no lograba liberarse sólo tendría dos destinos: o morirse de sed y cansancio o ser capturada por los hombres que habían puesto la trampa.
Como el ratoncito odiaba a los hombres que lo trataban de envenenar a él y a su familia, y como el ave parecía estar tan desesperada, decidió que la ayudaría. Pensó y pensó en cómo solucionar el problema.
Lo primero que debía hacer era liberarla de la estaca que la tenía inmovilizada lejos del agua. Se metió en una de sus madrigueras y buscó a su vecino, el topo para que lo ayudara a soltar el palo de la tierra. El topo, que vivía escondiéndose de las águilas no estaba muy contento de tener que ayudar a una de ellas, pero el ratón lo convenció de que ayudarse entre los animales para defenderse de los hombres era lo que debía hacerse. Juntos escarbaron el suelo alrededor del palo hasta que lograron soltarlo lo suficiente como para poder arrancarlo de un tirón fuerte. Como ellos no tenían la fuerza suficiente, fueron a buscar a un oso que pescaba en el río cercano. El poderoso animal, no muy contento de abandonar los ricos salmones, caminó lentamente hacia la trampa, tomó la madera con sus garras y con toda la fuerza de sus músculos tiró y forcejeó hasta soltarla. Sin pedir ni siquiera que le dieran las gracias, se alejó calladamente a continuar con su pesca.
El ave ya podía moverse, pero con el peso de la vara y el conejo era imposible que volara. A sugerencia de su ahora amigo ratón y ayudada por la familia de él, caminó hasta la laguna del castor para pedirle que cortara la estaca con la fuerza de sus dientes y así deshacerse de la carga que le impedía remontar el vuelo.
Sin ver que venía acompañada de los ratones, cuando el castor vio que un águila se acercaba caminando torpemente, rápidamente se sumergió en la laguna para refugiarse en su madriguera. Antes de que se hundiera del todo, nuestro amigo ratón le gritó que esperara. El castor exigió que el ave se mantuviera alejada de su casa y sus hijos, pero estuvo dispuesto a recibir al ratón. Este se acercó al borde del agua y le contó el problema de su amiga. Aunque de mala gana, el dientudo animal aceptó ayudar; aunque no le gustaba la madera seca, estuvo un buen rato royendo el palo hasta que logró que estuviera tal delgado que con un pequeño golpe de su cola lo quebró justo donde estaba el nudo.
El águila estaba tan contenta de poder volver a volar, que se elevó sin siquiera detenerse a beber un poco de agua.
Los ratones y el castor quedaron muy sentidos con la ingratitud de ella. Habían trabajado mucho para rescatarla y apenas estuvo libre se alejó sin siquiera agradecerles. Pero estaban equivocados. El ave sólo había querido dar un par de vueltas para ver si sus alas funcionaban y si podía resistir el peso del conejo que tenía adherido. Al poco rato la vieron acercarse; aterrizó al borde de la laguna y bebió un largo trago de agua. Caminó hacia ellos y con una profunda reverencia les dio las gracias y les prometió que no sólo no volvería a cazarlos, sino que haría lo posible por contarle a todas sus colegas aves de presa lo bien que se habían portado con ella para que los respetaran.
Remontó el vuelo dirigiéndose hacia su añorado nido, pero la inactividad y el cansancio empezaron a afectarla y tuvo que parar sobre un alto pino para recuperar sus fuerzas. Estaba así descansando, cuando junto a ella se paró un halcón. Él la conocía y muchas veces había sufrido sus burlas, pero al verla tan cansada y con un animal a medio comer enterrado en sus garras, se preocupó mucho. El águila, ya no tan orgullosa, le contó sus aventuras y los problemas que había tenido. Le contó también cómo un grupo de pequeños y débiles animales la habían ayudado. Le dijo de su decisión de no volver a cazarlos en agradecimiento por sus esfuerzos.
El halcón la vio tan cambiada, que no pudo sino admirarse por lo que había ocurrido. Le preguntó si necesitaba más ayuda con el conejo y le trajo un poco de su comida para que se recuperara, ya que, con el conejo medio descompuesto en sus garras, ella no podía cazar. La llevó volando donde un grupo de buitres porque ellos con sus fuertes picos habituados a romper huesos podrían más fácilmente liberarla de su carga.
Cuando estuvo libre de regresar a su nido, entre el rato volando y el tiempo en que descansaba, tuvo tiempo para reflexionar sobre todas las cosas que le habían ocurrido. Todas esas aves a las que ella tanto miraba en menos y esos animales a los que cazaba, la habían ayudado desinteresadamente. Ni siquiera a ella, que nunca se preocupaba por nadie más; no le habían negado el auxilio y habían vencido su temor y desprecio para lograr liberarla.
Nuestra águila era ahora un ser totalmente distinto al que él había conocido. Ya no hablaba en ese tono de suficiencia ni despreciaba a los que la naturaleza había hecho distintos. Decidió hacer lo que ella siempre había considerado inferior en sus primas y desde ese día sólo se dedicó a pescar en vez de cazar animales. Siguió su amistad con los pequeños ratones, topos y castores y muchas veces los defendió de otros depredadores usando su aguda vista para prevenirlos. A sus hermanas aves las orientaba en el vuelo, le enseñaba a volar a los polluelos y le llevaba comida a los viejos y enfermos.
Ahora que ya había dejado atrás su actitud prepotente, muchas hembras empezaron a interesarse por hacer pareja. Con el tiempo se casó y tuvo muchas nidadas de pequeños aguiluchos a los que enseñar en el respeto por todos los animales del bosque. Ahora sí, con sus actos, podía ser considerada el ave más fuerte y respetable del bosque.
PNB
Comentarios recientes
Hola! Mi hija debe hacer su biografía en la cual debe ir su fecha de nacimiento, donde estudió y el año de la publicación de sus libros.usted me podría ayudar con esos datos por favor.
estimado don pablo mi hijo cursa cuarto basico y nos toco leer su libro las aventiras de romeo palote, detective, debemos hacer una ficha de usted y no hay mucha informacion de su fecha de nacimiento
Buenas tarde Pablo.
Por casualidad llegué a "Algunas Letras Compartidas " , donde narras la vuelta a clases , me fascinó , me llevaste de viaje al pasado ...
¡Gracias por tus hermosas narraciones!
Ma
Hola Janett, mi correo es: pnb1963@outlook.es. Encantado de estar en contacto y apoyarte en lo que necesiten. Abrazo