KERMESSE

Una vez al año, por ahí por octubre, se hacía la kermesse de mi colegio, los Padres Franceses. Aunque en su origen partió siendo una fiesta para recaudar fondos para el piso de madera del gimnasio, a la larga se terminó transformando en un evento muy importante no sólo para la vida extra-programática del colegio, sino para toda una generación de viñamarinos.

Durante todo un día sábado, los cursos instalaban stands de muchos tipos destinados para divertir y alimentar a la gran concurrencia de niños y padres, de profesores y alumnos y, por supuesto de jóvenes de todos los colegios que aprovechaban esta reunión para juntarse.

La pesca milagrosa, la carrera del conejo a las casitas, el tiro a los tarros, la ruleta, los dardos para reventar globos, los aros en las botellas, etc. eran los juegos que elegían los más chicos para conseguir premios tan importantes como una botella de Coca-Cola o un paquete de Candi o Sunny. Mientras los niños jugaban, los abnegados padres atendían en los stands o se juntaban a conversar un café o comerse un hot dog.

Cuando ya empezaba a atardecer, la atención se centraba en los 2 puntos más trascendentes del día: la Loloteca en el gimnasio y la Viejoteca en el salón del segundo piso.

En la Viejoteca, que organizaba el Centro de Padres, se juntaban los papás para comer canapés y tomarse algún traguito; para bailar con la música de los italianos de San Remo o de la Sonora Palacios. Todo esto según me han contado, ya que esa zona era área vedada para nosotros; tanto porque ese era el lugar donde ellos podían relajarse sin la interferencia de sus hijos como porque para nosotros habría sido muy “ganso” el irse a meter allá cuando teníamos un lugar sólo para nosotros.

El lugar más importante para mi generación era la Loloteca. Una mezcla de discoteque accesible para los que todavía no teníamos 18 y de recital de alguna banda en vivo. Durante muchos años, los protagonistas principales eran Los Trapos, una banda santiaguina de rock que lograba hacer un concierto con iluminación de tarros de leche nido y celofán de colores, con amplificadores de verdad y micrófonos y guitarras conectadas con cables. A veces, también había en el escenario algún “talento local”: un alumno del colegio o de otro que cantaba o alguna banda que sonara más o menos afinadito.

Pero junto con estos espectáculos musicales, lo importante era que ahí nos juntábamos, sin interferencia paterna, los alumnos y ex-alumnos de casi todos los colegios. Era una fiesta de jóvenes en la que, entre los primeros cigarrillos escondidos y una que otra botella de pisco pasada de contrabando, podías conocer a las alumnas de los colegios de mujeres, podías tratar de conseguir algún beso o de pedir pololeo. Porque no era la fiesta de nadie y nadie iba de “colado”, era una fiesta tranquila, no en el ambiente de diversión sino en que no había grandes problemas de peleas o curados. Era una fiesta en un colegio y no era el lugar para hacer desastres.

La organización de este evento partía mucho antes de la fecha. Con comisiones encargadas de armar el escenario, de arreglar la iluminación, de contratar la música, en general de preparar las cosas para que todo saliera bien. Quizás la experiencia que habíamos logrado tras los muchos años en que el colegio organizó el Festival del Cantar Juvenil (un evento mucho más complejo con grupos que venían de todo Chile y jurados que decidían en la competencia) nos ayudaba a lograr una celebración impecable en que todos podíamos pasarlo bien.

Durante todo el año los colegios organizaban fiestas para juntar fondos para algo, pero la Loloteca de la Kermesse de los Padres era un gran evento, hasta hoy inolvidable para los que lo vivimos.

PNB 2013