CHARQUICÁN

Después de haber presenciado, en estos últimos meses, el espectáculo patético que ha protagonizado nuestra clase dirigente no puedo dejar de hacer algunas reflexiones.

Cuando uno ve a la empresa del ex yerno del general ayudando a financiar la campaña presidencial de la hija socialista de aquel otro general considerado enemigo.

Cuando el evadir impuestos sólo es delito si se hace a gran escala y uno escucha a aquellos que no dudan en comprar algo sin IVA o de dudosa procedencia en un persa, pedir a gritos la prisión para los empresarios que inventaron gastos falsos para bajar indebidamente su renta.

Cuando contemplo a los trabajadores de la universidad propiedad del “partido de los trabajadores” exigir angustiados que dicho grupo político les cumpla con sus mínimos derechos laborales.

Cuando el mismo “ciclista furioso” que demanda sus prerrogativas frente a esos automovilistas que considera contaminadores y generadores de atochamientos, no tiene escrúpulos en desplazarse ilegalmente por las veredas, atropellando abuelitas, oficinistas, niños y mascotas.

Cuando esos que enarbolan combativos la bandera de la lucha contra la desigualdad no dudan en subirse inmisericordemente sus sueldos, dietas y asignaciones o en conseguirse apetitosos “pitutos” públicos para usar las platas fiscales en seguir mandando a sus hijos a colegios privados, seguir viviendo en Santiago Oriente y teniendo un buen auto con menos de 3 años o 100.000 kilómetros.

Cuando los mismos estudiantes que protestan contra las miserables condiciones y calidad de sus liceos municipalizados usan la primera “toma” posible para destruir ese establecimiento por el cual dicen luchar.

Cuando uno ve a las iglesias y comunidades religiosas, que declaran representar el amor de un Cristo que amo a todos por igual y entregó su vida por su salvación, perseguir, denostar, descalificar, despreciar y condenar a las penas del infierno a aquellos que no son iguales a sus concepciones o no piensan igual que ellos.

Cuando ese conductor (o conductora) que se indigna con el pobre vehículo que va lento o dubitativo por la calle, no sienten ningún escrúpulo en estacionarse en doble (o triple) fila para recoger a sus hijos en el colegio con la excusa de “tener los intermitentes encendidos”.

Cuando los mismos hinchas que, literalmente, se matan a golpes y cuchilladas por “defender el honor” del color de una camiseta, saltan juntos y se abrazan cuando ella es “la roja de todos”.

En fin, cuando contemplo a toda esa curiosa fauna chilensis que vive diariamente en este país de inconsistencias e inconsecuencia, no me cabe ninguna duda de porqué el único plato auténticamente chileno es el “Charquicán”

Un plato de origen indeterminado, de hecho el primer plato “fusión” de nuestra cultura. Uno que reúne las papas y choclos indígenas con los pimientos y arvejas europeas. Que en su nombre junta el concepto peninsular de la charcutería con el muy mapuche “cancán” (carne asada).

Ese rico plato en que muchos ingredientes simples producen un conjunto casi homogéneo en que las papas y el zapallo van medio molidas; los porotos verdes, choclos, arvejas y pimentones se esconden mezclados con la cebolla; en el que el “charqui” es en realidad carne molida o picada.

Una preparación que si fuera muy líquida sería una Carbonada, si muy enteros sus ingredientes sería Cazuela o si muy molidos un puré de verduras.

Sin embargo para nosotros, ese plato es exquisito y valorado.  Sólo un chileno puede realmente entenderlo y disfrutarlo. Porque, igual que nosotros, ese punto justo de cocción y molienda, ese estado de juntos pero no revueltos, de que sus ingredientes sean, pero no tanto, que una u otra cosa se note, pero no protagonice, es un fiel reflejo de nuestra sociedad.

Logra representar perfectamente esa mezcla de razones y sentimientos, de corazón y cabeza, de honestidad medio ladina, de fanatismo pragmático y socialismo de libre mercado que es esta “larga y angosta franja de tierra” y sus habitantes.

Pero, al igual que el Charquicán, debemos seguir preparándolo con tino y cuidado. Ni con la olla a presión de la política ni con el descuido de los cocineros nos va a salir el plato. Hay que ponerle ojo, cariño y seguir preparándolo a fuego lento, ¡¡ “pa’ que resulte”!!

 

PNB, Mayo 2015