VUELTA A CLASES

Ya se terminó el Festival y ayer, igual que hoy, eso marcaba el final del verano y el aterrizaje forzoso en la dura realidad escolar. Estos son algunos de mis recuerdos de cómo funcionaba nuestra propia "vuelta a clases".

En esta época en que mis hijos están entrando de vuelta al colegio, es fácil que vengan a la memoria lo que era ese evento en nuestros años. Cuando veo que, a pesar de quejarnos por el costo de todas esas cosas que hay que comprar, el problema de cuadernos, libros, materiales y uniformes lo podemos resolver fácilmente en dos o tres tiendas, pienso en cómo para nuestros padres todo esto era a la vez, más simple y más complejo.

Era mucho más fácil porque en general las alternativas eran pocas y así las decisiones más simples. Los cuadernos de cuadros o líneas, de 60 o 100 hojas; corcheteados para los más chicos y “universitarios” (o sea con espiral) para los más grandes. Si querías un color o un diseño distinto a lo común, ¡tenías que forrarlos! Porque todos eran iguales, al principio de papel verdoso y más avanzado el tiempo, con hojas blancas de líneas o cuadros azules.

Los materiales tampoco eran tan variados. El lápiz de pasta, Bic; el de mina, negro N°2. Las reglas de esas plásticas color verde claro. Los sacapuntas eran generalmente plásticos y el gran lujo era conseguir uno de acero. Las gomas de borrar eran blancas de miga o de esas de color rojo y azul que se suponía que borraban pasta, pero que en realidad rompían los cuadernos. El estuche, salvo que tuvieras un pariente o amigo que hubiera viajado, era una simple bolsa de tela con cierre que te cosía tu mamá, una tía o alguna costurera. Para llevar todo esto uno tenía un bolsón, habitualmente de cuero (o tevinil), con tapa, correas y hebillas y una tira larga que, aunque la teoría decía que era para colgarlo del hombro, también servía para arrastrarlo o usarlo como arma contundente.

El equipo de gimnasia también era simple; polera generalmente blanca y pantalones cortos iguales sin ninguna concesión a estilos o modas (y en los 70’s, como se puede comprobar en las grabaciones del fútbol, eran bien apretados y cortitos). Las zapatillas eran como tres: las típicas BATA blancas, bajas, de tela y suela de goma (por si se manchaban, vendían un betún blanco que las dejaba duras como palo); después estaban las de “básquet” de la misma tela que las blancas pero con una caña corta, suela con un borde de color y una pieza de goma en la punta, eran azules o negras; las últimas y más cotizadas por los “deportistas” eran las Tigre de “baby”, negras con rayitas rojas y suela con diseño de “tracción”. Todo esto se llevaba en un porta-equipo que era un tubo de mezclilla azul y con un cordón que cerraba la boca y colgaba hasta afirmarse en la base. Y con alguno de estos “armatostes” eramos capaces hasta de correr un test de Cooper (no me pregunten respecto al “perfume” que generaban unas zapatillas de goma y lona engomada después de algunas semanas de deporte. Gran envidia generaban, quienes habiendo viajado a Argentina lucían un espectacular par de Adidas (también pesadas pero con más estilo)

Salvo raras excepciones (usualmente de los colegios ingleses), el uniforme de colegio era eso, “de colegio” no “del colegio”. Pantalones grises para los hombres y “jumper” azul para las mujeres. Las camisas celestes o blancas. Los hombres usábamos además la chaqueta azul piedra, sin solapas y de una tela indescriptible (quizás antepasado del reciclaje de retazos). Para proteger esto durante las horas de clase, las mujeres usaban un delantal de “cuadrillé” azul con blanco y en los hombres era overol beige para los chicos y capa beige para los más grandes.

Calcetines azules y zapatos negros, también de muy pocas marcas (generalmente BATA porque tenía subvención estatal) y venían en 2 modelos: bajos y bototos. Después salieron los de suela crepé y ya en los 80’s los “Pluma” que, ofensivamente, decían a quienes no lo usaban “¡¡No seai bototo!!”.

Posteriormente, y por una concesión oficial del Ministerio, aparecieron las corbatas distintas para cada colegio. En el mío hubo un concurso de diseño que la rectoría hizo para elegirla. Nunca supimos qué pasó con nuestras brillantes proposiciones, pero terminamos usando “La Pilo”. Era esta una especie de calcetín de equipo de futbol rasca, gruesa, incómoda, a rayas grises y azules y, como destacaba su etiqueta, de 100% poliéster lavable (generalmente referido como poliyester washable).

Los libros de texto también eran pocos. El Montes y Orlandi para “castellano”. El Baldor en matemáticas. El Manual de Historia de Chile de Walterio Millar o el “Frías Valenzuela”. Para los que teníamos francés, notable era el “Passeport s’il vous plait” con Daniel Avalos, Monsieur Pi San Li y Monsieur Brown. Los textos no cambiaban todos los años, así que en marzo era una verdadera corrida para rescatar los que estaban guardados de los hermanos mayores o conseguir los de algún alumno del curso del año anterior. Los más chicos terminaban recibiendo unos tratados que más que arreglo, requerían “restauración”.

Todas estas múltiples cosas se compraban en lugares transmitidos por boca desde hacía mucho tiempo. Los uniformes donde los Andraca en Valparaíso; los overoles, capas y delantales en Rumell debajo del edificio Rapallo; los cuadernos y materiales en la Casa Hola en la calle Uruguay; los zapatos y zapatillas eran Bata; etc.

Además, las ropas había que comprarlas “crecedorcitas” para que duraran todo el año e idealmente sirvieran para más de un año o más de un hijo. Me acuerdo el espanto de mis padres cuando, en primero o segundo medio tuve la desfachatez de crecer 15 cms. en un mismo año por lo que tuvieron que comprarme camisa y pantalones como 3 veces; al final del curso, la chaqueta tenía tres o cuatro marcas de alargue en las mangas y la base.

Lo complejo para los padres era que, sin existir Malls o cadenas de supermercados y librerías, el proceso de equipar a un escolar se convertía en una peregrinación por tiendas y ciudades vecinas, en un trabajo de inteligencia para descubrir el cuándo y dónde había que ir y en una faena textil de bastas, marcadores, mangas acortadas o alargadas o reparación de “detalles” fruto de las intensas actividades del niño en el año anterior. Como las tiendas eran pocas y no había campañas de “vuelta a clases” que empezaban en enero, todo este proceso era una carrera demencial que debía resolverse en pocos días y al mismo tiempo en que todos los otros tenían que hacer lo mismo. Además, nuestra querida ciudad tiene la gracia de que las nieblas (la hoy llamada Vaguada Costera) empezaban después de que salíamos de clases y hasta terminado el Festival, por lo tanto, además de todo ¡¡“HACÍA CALOR”!!

Por esto, cuando veo que la entrada al colegio de mis hijos ha sido más un trauma para ellos por el final de sus vacaciones, que para mí que (aunque alegando contra los gastos y teniendo que considerar las múltiples alternativas de tipos de cuadernos, materiales, zapatillas, polerones, buzos (salida de cancha para nosotros), etc.) pude resolverlo fácil y con tiempo, sólo puedo acordarme con cariño del esfuerzo que ponían nuestros padres en ese proceso y agradecer que en medio de todas esas carreras nunca tuvimos tiempo para deprimirnos por tener que volver a clases.

 

PNB