La PAA

Ahora que se acerca diciembre, una nueva generación se enfrenta al "monstruo" que hoy se llama PSU. Para nosotros se llamaba distinto y estos son algunos recuerdos de nuestra "querida" PAA.

Un evento anual, al que todos nos vimos enfrentados, fue rendir la dichosa Prueba de Aptitud Académica.

Todo empezaba por ahí por agosto, mes en el que debías decidir a cuáles de las pruebas te ibas a inscribir. Para esto ya debías tener claro qué es lo que querías estudiar y tomar en consideración cuál sería el “Plan B” en caso de que no te diera el puntaje para la carrera aspirada en la universidad elegida. Con muy pocas universidades posibles, sin casi existir Ues privadas, la decisión era trascendental. Una equivocación en esa inscripción y la alternativa era un año entero de espera para volver a tener la posibilidad.

Simultáneamente empezaban los ensayos de prueba en el colegio, la búsqueda de algún buen pre-universitario para las materias en que estabas más débil y el recorrer quioscos, librerías y casas de amigos para buscar facsímiles de años anteriores. Los que teníamos la suerte de tener hermanas o hermanos mayores que ya la hubieran dado, podíamos resolver este problema en la casa, pero siempre habían variaciones que considerar.

Yo todavía alcancé a estar en el período en que sólo eran obligatorias las pruebas Verbal y Matemáticas y había que optar por las específicas de Historia, Matemáticas, Físico-química o Biología. Mi hermano tuvo que agregar la de Historia y Geografía de Chile a las obligatorias.

A medida que diciembre se acercaba y los ensayos y facsímiles se multiplicaban, se multiplicaba también la angustia de ese monstruo que irremediablemente te empezaba a acechar.

Los exámenes de fin del año escolar, en que había que jugársela para tener un promedio de notas que no te bajara el puntaje, agregaban un elemento de distracción para poder sacarse de la cabeza ese destino fatal que ya era inminente.

Pero como no hay deuda que no se pague ni plazo que no se cumpla, la fecha irremediablemente llegaba.

Un día de principios de diciembre, con la guata apretada y el desayuno en la garganta, llegabas a ese aciago lugar en que debías enfrentarte a la realidad de tu futuro. Dos lápices de mina N°2 y una goma de borrar eran tus armas para la batalla. No faltaba el que se daba cuenta, a mitad de camino, que se le había quedado el carnet de identidad en la casa con lo que le agregaba un elemento más a la tensión ambiental.

Caminabas por el patio del colegio asignado hasta encontrar la sala que algunos días antes habías reconocido. Adentro, cuatro filas de bancos bien separados de los otros por todos lados. Una vieja chica con cara de inspectora de liceo (en realidad podría haber sido la miss Universo pero igual te parecía una agente de la Gestapo) te pedía el carnet y te indicaba tu lugar de sufrimiento por las próximas horas.

Cuando llegaba la hora señalada y aunque no hubieran llegado todos los concurrentes, la puerta se cerraba y estabas definitivamente preso en el calabozo de tortura. Se repartían las hojas de respuesta y los cuadernillos sellados y sólo en el momento de recibir la orden correspondiente, podías romper el sello con la ayuda de tu fiel ayudante de grafito.

Abrías las preguntas y tenías que decidir tu estrategia. ¿Sería mejor leer superficialmente todo o ir enfrentando cada pregunta en forma sucesiva? ¿Me concentro en contestar lo que sé y después me meto en las cosas más complejas? Frente a la ignorancia, ¿Omito o me carrileo? ¿Cómo cresta se resolvían las ecuaciones de segundo grado? Zapatilla es a Carrera como ¿Qué cresta? es a Natación. ¿Quién habrá sido el pelotudo que escribió esta comprensión incomprensible de lectura? ¿La tangente o la secante es la que toca el círculo en un solo punto? ¿Los valles en forma de U son aluviales o glaciales? ¿Pa’ que cresta servía en Acento Diacrítico?

Y así pasabas las horas durante tres días seguidos. En mi caso: el martes en la mañana la Específica de Sociales, el miércoles la Parte Verbal en la mañana y la Matemática en la tarde y el jueves en la tarde la Específica de Matemáticas.

Y pasado el chaparrón, cuando la suerte ya estaba echada, tratar de olvidarse de lo ocurrido y disfrutar de las ceremonias de fin de año, de las fiestas de graduación, del último campamento como jefatura de la tropa scout y del inicio de las vacaciones de verano. Y sentarse a esperar que salieran los resultados.

Cómo en esa época la informática estaba bastante más en pañales, los resultados salían, con suerte, después del 15 de enero. Nunca faltaba el que tenía una tía, amiga, mamá o conocida que trabajaba para la U de Chile y podía conseguirlos un par de días antes de que se publicaran en el Mercurio. Porque como la publicación era con nombre y apellido, tu éxito o fracaso quedaban expuestos a la opinión pública, en este caso a parientes y amigos pero también a rivales y enemigos. Hubo quienes no se atrevieron a mostrarse por varios días y otros cuyos padres se encargaron de publicitar “urbi et orbe” los puntajes obtenidos por sus geniales retoños. No faltaban los malintencionados que, habiendo buscado los datos, sarcásticamente preguntaban ¿y cómo te fue en la prueba?

Después venían las postulaciones y nuevamente los resultados de estas eran públicos.

Pero finalmente todo esto pasaba. Los que habían quedado en lo que querían se metían de lleno a sacar el año adelante para no tener que volver a pasar por el suplicio de volver a darla y los que no, tenían un año entero para prepararse adecuadamente e intentarlo de nuevo.

Ahora son nuestros hijos quienes pasarán o han pasado en por esta “simpática experiencia”. Ya no se llama PAA sino PSU. Los resultados están en pocos días y por internet. Las alternativas de estudio son muchas y variadas. Pero, en el fondo, la tortura es la misma.                                           

PNB 2014