DESFILES

Ya estamos llegando a esa fecha en que los colegios nos juntábamos, con aires marciales, a conmemorar el 21 de Mayo. No sé si seguirá existiendo la tradición, pero en mi época era algo importante.

Dentro de las actividades que eran muy propias de Viña, estaban los desfiles. Esta era una tradición heredada de nuestros padres porteños. Los colegios, unos más que otros, tenían sus ceremonias formales en las cuales nunca podía faltar alguna banda prestada por la Armada. Algunos teníamos además una banda de guerra propia, cajas, pitos y cornetas, tocadas por los alumnos, eran infaltables en las revistas de premios.

            El momento más alto de todas las bandas era el desfile del 21 de mayo. Primero en la calle Libertad y después en la avenida Perú, los alumnos, vestidos con uniformes gala con pantalones blancos, guates y terciado, aprovechábamos la ceremonia para exhibirnos marciales, compitiendo por la mayor perfección y también por la mayor cantidad de admiradoras posible.

            En el caso de los Padres Franceses, mi colegio, todos estos esfuerzos partían poco después de empezadas las clases en marzo. A poco de iniciado el año, se anunciaban las postulaciones para reemplazar a los que se habían graduado el año anterior. Muy temprano en la mañana, una hora antes de empezar las clases, los más antiguos se juntaban en el patio para empezar el largo, frío y complicado proceso de seleccionar a quienes tendrían el honor de representar al colegio en la primera línea de los próximos desfiles. Eran amaneceres llenos de órdenes, evoluciones de formación, aprendizaje de los instrumentos y las marchas, todo para ganar la competencia por un cupo.

Era una actividad de los alumnos, dirigida por ellos y ejecutada por el simple amor al colegio. No había premios ni calificaciones involucradas. Estar en la banda no garantizaba ninguna prebenda, tampoco éramos músicos ni pretendíamos serlo. Todos los madrugones y esfuerzos sólo aspiraban a lograr el prestigio que daba estar entre los que lideraban al colegio en los desfiles. La sensación de ser elegido era de un orgullo indescriptible, casi mejor que una buena nota o un elogio académico. Era ganar la competencia por estar entre los mejores y hacerlo en buena lid y por tu propio esfuerzo y sacrificio. No era una tarea fácil, no era un “¡quiero mi cuarto de libra ya!”, era el premio a tu constancia y tu trabajo.

            No era esto exclusivo de la banda; lo mismo pasaba en los scouts, los equipos deportivos, el centro de alumnos, las competencias académicas, etc. Era sentirse parte de los que se ganaban el derecho a representar al colegio y estaban dispuestos a sumir los deberes que esto implicaba. Quizás no era coincidencia el que muchos nombres se repetían en uno u otro grupo.

            Y así, entre ruidosas madrugadas que posiblemente volvían locos a los vecinos, ensayábamos duro hasta la llegada de la gran fecha. Poco antes del feriado del 21, se hacía el desfile de los colegios. Ahí llegaban todos los de Viña; colegios particulares y liceos fiscales; religiosos y laicos; británicos, franceses, alemanes y chilenos; de todos los grupos sociales o tendencias políticas. Llegábamos de todos los barrios. En esa ceremonia para honrar a los héroes de Iquique, todos encontrábamos un lugar para lucir nuestra preparación y esfuerzo. Cada uno con sus medios, éramos iguales a la hora de mostrar nuestras capacidades.

            La tarde anterior era un frenético proceso de limpiar instrumentos, lustrar zapatos, revisar el uniforme y buscar pantalones y guantes blancos guardados desde fines del año anterior.

            El día del desfile empezaba temprano, formábamos en el colegio y desfilábamos hacia el lugar del acto. Una vez ahí, se recibía el orden de presentación; los colegios con banda eran habitualmente los primeros. Cuando llegaba el turno, la banda “encajonaba” y dirigía el paso de de banderas y alumnos. Después era volver al colegio marchando por las calles y dando oportunidad para que padres y pololas agotaran los rollos de 36 fotos que dejaban memoria de lo hecho.

            Habitualmente hacía frío, lo común eran esas nieblas saladas tan viñamarinas. A veces el tiempo era peor; recuerdo que, por ahí por el 79 u 80, en medio de la espera, se desató un temporal de viento y lluvia de los que nos azotaban de vez en cuando. En la avenida Perú las olas saltaban en las rocas y mojaban a todos los alumnos que esperaban. Las autoridades quisieron suspender la ceremonia, pero la mayoría de los colegios decidimos desfilar de todas maneras. Sin la banda naval ni las autoridades, con sólo el busto de Prat y algunos carabineros que estuvieron dispuestos a mojarse por nosotros, hicimos nuestra presentación y formamos la banda para todos los colegios que quisieron seguirnos. Creo que fue el desfile más memorable entre los que participé.

Desde la salida hasta la vuelta, pasaban unas pocas horas. El desfile propiamente tal duraba tal vez veinte o treinta minutos. Pero el orgullo de lo logrado, de haber dado lo mejor para una presentación impecable, era el mejor premio para todo lo que se había trabajado.

            Todas estas ceremonias marciales no tenían un afán militarista. Los que habían optado por esa carrera tenían sus propios actos, mucho más elaborados, con mejores instrumentos y marchas más complejas; quizás para ellos lo nuestro era un juego de niños. Pero en el espíritu de nuestras ciudades, sonaba lógico entregar un homenaje marcial a nuestros héroes navales. Viña y Valparaíso son ciudades costeras, una de puerto y la otra de playas. Todo lo naval y marítimo nos era cercano y querido. La mayoría de esos héroes eran nacidos o habían vivido ahí. Muchos de ellos fueron alumnos de nuestros colegios. El cariño por lo nuestro estaba por encima de colores, ideologías, religión o condición.

            Porque para nosotros, el cariño era algo importante. Queríamos a nuestra ciudad, con sus costumbres y tradiciones. Queríamos a nuestras instituciones, fueran colegios, clubes, bomberos, empresas, comercios, …

Y nos queríamos entre nosotros, nos conocíamos y sabíamos lo valioso de cada uno.

            Éramos un Viña más chico, más cálido, más nuestro.

¡¡ Y nos gustaba desfilar!!

 

PNB